Por: Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
============================
El pueblo camina
descontento. Buena parte de su ciudadanía se hunde en la desesperación. Gobierna
la economía de la exclusión, la supervivencia del más poderoso, donde el fuerte se merienda al débil. Esta es
la triste realidad con la que convivimos en mil atmósferas. No podemos seguir
con este huracán de incertidumbres y no hacer nada. Por desgracia, en lugar de
iniciativas creativas y batalladoras nacieron otras conciencias como la
pasividad y la sumisión más indignante. Cuanto antes hemos de salir de este
absurdo estancamiento que nos aborrega y domina a su antojo. Tenemos la
obligación de liberarnos de tantas mezquinas dependencias de poder, similar al
tradicional sometimiento del obrero-proletario en el sistema capitalista, que
lo único que nos provoca es una ferviente frustración o desengaño,
predisponiéndonos al abandono de nosotros mismos.
Naturalmente, nadie
tiene el derecho de usurpar el papel de único guía, porque ello supone la
destrucción de la verdadera voz ciudadana. La negación del derecho de
ciudadanía a reivindicar espacios más justos es algo tan preciso como
necesario. La vida ciudadana se empobrece de motivaciones cuando el poder
adquiere un aspecto opresor y agresivo. Se corre el riesgo, como está
sucediendo, de que no se respeten los derechos humanos, bien porque se les
priva a los pobladores de poder hacer su propio camino, bien porque no se
reconoce la libertad personal del individuo.
Indudablemente,
este desorden con el que habitamos y convivimos en el mundo produce tanta
desesperación, que a veces nos puede el desaliento. El estimulante de la
esperanza puede ayudarnos a divisar otros horizontes. No lo olvidemos. Es
verdad que tenemos circunstancias tan desesperantes que la intranquilidad
parece haber tomado nuestra propia existencia humana. Sin ir más lejos, recientemente
Naciones Unidas lamentaba la falta de capacidad de la comunidad internacional,
de la región y de los propios sirios para detener un conflicto que ya entra en
su cuarto año, señalando su portavoz que la población necesita de forma
desesperada el fin de la violencia. El que ciudades y pueblos enteros se queden
reducidos a escombros, debiera hacernos reaccionar para detener, sin más
dilación, cualquier conflicto.
Por desventura, hemos
perdido el buen juicio, la conciencia por avivar el diálogo. En ocasiones, todo
parece destruirse. En este sentido, conversar por el cambio es una necesidad.
De ahí, que nos alegre por ejemplo, el que las mujeres indígenas reivindiquen
la participación política y reclamen que se estudie en mayor profundidad el
impacto de las políticas públicas de los Estados en el acceso de las mujeres
autóctonas y rurales a los beneficios sociales, económicos, culturales, de la
migración y de la tenencia de la tierra. Sin duda, es el momento de establecer
un nuevo orden más armónico, pensando en las personas más necesitadas, víctimas
de la desigualdad y de otros males que nos degradan como seres humanos.
Verdaderamente
degradante de la especia humana es, asimismo, que la heroína, cocaína y otras
drogas continúen matando a multitud de personas como ayer. A pesar del
pesimismo que puede inundarnos al conocer estas noticias, nos anima saber, que
durante estos días de marzo en Viena, se analicen las formas en que se puede
reducir el suministro y la demanda de drogas, así como el problema del lavado
de dinero y la cooperación judicial sobre el tema. Ciertamente, ningún país
puede afrontar individualmente el desafío del tráfico ilícito de drogas, pero
debemos unirnos para acabar con este comercio que genera millones de dólares
para unos y muertes para otros. Otra injusticia más, que aún es más repelente
ejercida contra un desdichado. Ante estos ambientes tan cotidianamente dolorosos,
sería necesario que las sociedades despertasen de la deshumanización y
ofreciesen más ayudas de apoyo a personas que sufren los efectos de
violaciones, violencias y crueles compraventas.
A pesar de los
muchos pesares que nos horrorizan, también debemos huir de toda tentación de
venganza y ser capaces de inspirar comportamientos reconciliadores. En
cualquier caso, no es bueno desesperar por nada, ni por nadie, cuando todo
parece acabado, en doquier lugar renace una ola y el mar lo consuela todo. Esto
significa que seguimos navegando.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
12 de marzo de 2014
0 comments:
Post a Comment