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Me alegra que un líder tan influyente en el
mundo actual, como el papa Francisco, para la celebración de la XLVII Jornada
Mundial de la Paz, tomase la fraternidad como fundamento y camino para la
armonía. Verdaderamente, sólo el rencor y la ambición tienen patria, no así la
concordia que no la tiene, porque no conoce muros, ni fronteras, alberga otros valores más del corazón y del
níveo deseo interior.
La globalización,
como ha dicho Benedicto XVI en la carta encíclica Caritas in Veritate, nos
acerca a los demás, pero no nos hace hermanos. Sin duda, el mundo necesita
hermanarse mucho más, abolir o reducir los ejércitos, para celebrar y
promocionar la armonía entre seres humanos. Indudablemente, es la gran
asignatura pendiente, la confianza y comprensión de unos y de otros, el
espíritu de la tolerancia y del respeto, que también ha de injertase en las
mentes y en los corazones de las gentes.
Por desgracia,
vemos con cierto alarma que, cuestiones tan vitales como el mundo de las
relaciones humanas, que deberían ser consideradas punto de partida, se
debilitan o se corrompen. Al final se une la ciudadanía por intereses
individuales, pero no fraterniza, cuando se acaban las ventajas propias se
desmorona el vínculo. Puro egoísmo. Si tuviésemos una auténtica relación
fraterna, la pobreza no existiría como tal, todo sería un compartir y un
desprenderse hasta de uno mismo.
Precisamente, una
de las principales enfermedades de este siglo radica en vivir alejado del
prójimo, al considerarlo muchas veces como un enemigo o como un contrincante
más, en la lucha por la supervivencia. Por otra parte, apenas tenemos tiempo
para pensar, vivimos de manera alocada e insaciable, como si el mundo se fuera
a acabar mañana mismo. Tenemos que recuperar tiempos perdidos para
fortalecernos como seres humanos. La humanidad no puede seguir destruyéndose a
sí misma en medio de una enfermiza indiferencia. Bajo un continuo clima de
conflicto entre ciudadanos e instituciones, entre políticos poco servidores y
un pueblo engañado, que suele apoyarse en poderes corruptos, la familia humana malvive
entre la desesperación y la desconfianza.
A mi juicio,
faltan personas de servicio auténtico, entregadas a la escucha del sufrimiento,
dispuestas a acompañar al que padece; ciudadanos que se desgasten en prestar
auxilio a todas horas, que estén en guardia permanente para dar esperanza;
puertas abiertas dispuestas a acoger al que no tiene hogar, ventanas a la vida
orientadas a la luz para conquistar otros horizontes de caridad fraterna. Todo
esto y más germina de un espíritu fraterno.
Con el inicio del
nuevo año, sería saludable descubrir la nueva patria de todos los seres
humanos, que no radica en territorios, puesto que se nutre del amor y esta
bondad todo lo engrandece, hasta convertir a los otros, en nosotros, en un modo
de vivir más profundo, o sea, más humanitario. Necesitamos huir de esta
mundanidad interesada y cultivar, desde el corazón, con más valor y generosidad
el espíritu de hermanos.
Realmente estamos
acostumbrados a ponernos del lado del poder, pues no, hay que ponerse con el
más débil, alzar con él su voz, vivir junto a él con la esperanza de que pueda
contar con nosotros, y desvivirse por él hasta volcarse en un espíritu
comunitario. Para ello, uno tiene que saber también aceptar lo que otros pueden
ofrecernos. Que puede ser un lloro o una sonrisa. Esto es lo que nos distingue
de otras especies, el arte de comunicarnos y de entendernos como hermanos.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
1 de enero de 2014
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