A mediados del siglo XX llegaron a Latino América vientos nuevos de progreso: pregonaban nuevas teorías económicas de desarrollo, autogestión e independencia económica. Estos aires anunciaban que la industrialización, unida a la disminución de las importaciones, era la clave para el desarrollo económico de nuestros países subdesarrollados.
Esta fórmula económica, nacida de la experiencia en otras latitudes, parecía gritar, con pulmones hinchados, ¨Eureka¨, en lo que se refiere al progreso económico de un Estado. Por lo que, en mi país, República Dominicana, a partir de 1966 se inició la construcción de un conjunto de leyes guiadas por estos vientos. Wenceslao Vega, en su libro Historia del Derecho Dominicano (Págs. 411-412), apunta que ¨…se pensaba que lo correcto era que se pusieran trabas a las importaciones de productos extranjeros, para incentivar que los mismos se produjeran en el país. …las leyes mantuvieron altos los aranceles de importación de productos terminados y fijaron aranceles bajos para las materias primas. Las leyes No. 299 de Incentivo y Protección Industrial, la Ley No. 532 de Incentivo Agrícola y Ganadero, la Ley No. 481 de Incentivo a la Industria de la Construcción , la Ley No. 69 de Incentivo a las Exportaciones, la Ley No. 115 de Incentivo a la Marina Mercante y la Ley minera No. 146… sirvieron de plataforma “a la creación de industrias y agroindustrias locales”.
Toda una maquinaria productiva inició su ensamblaje y acoplamiento en todo el territorio dominicano. Productos conocidos y nuevos por la población de ese entonces ya no venían del extranjero, sino que comenzaron a producirse aquí. Tomando un ejemplo de ello y como producto nuevo que inicia su producción a nivel industrial a partir de 1966, aunque fue introducido al país en 1962 a través del Banco Agrícola, lo es el pollo gringo o pollo de engorde. Este producto, que forma parte del subsector agropecuario de nuestro país, es producido hoy a nivel industrial en casi todo el territorio nacional. De acuerdo a las últimas cifras ofrecidas por el Consejo Nacional de Producción Pecuaria, CONAPROPE, se puede señalar que:
El consumo Per capita de la carne de pollo en el país para el año 2012 fue de 64 libras. Para ese año el consumo disminuyó un 7% con relación al año 2011 debido a que los productores se vieron obligados a bajar la producción por los altos costos de la materia prima.
Y de acuerdo a otras informaciones obtenidas e inferidas por otras fuentes tenemos que, por un lado, el subsector pollo de engorde movió alrededor de 456,000 millones de dólares en el año 2012. Este monto representa el 0.5% del PIB de ese año. Y por otro lado, la mano de obra que interviene directamente en la producción de la carne de pollo en el país es de 20,000 personas aproximadamente, sin contar los extranjeros: haitianos, centroamericanos. Esto representa alrededor del 0.0053% del mercado laboral del país.
Con este palpitante ejemplo queremos destacar, en primer plano, que este producto alimenticio, asequible a la población en general, forma parte de la cultura gastronómica del pueblo dominicano. Así lo demuestra la historia y los datos económicos de hoy. Muchos comentarios contra su consumo han aparecido en los medios en diferentes momentos. Pero este persiste y se mantiene en el gusto y deseo de nuestro paladar.
En segundo plano y haciendo de este ejemplo, el pollo gringo, una proyección y extensión a otros productos que iniciaron su producción en el país bajo el amparo de las legislaciones económica de 1966 en adelante, con sus ex cesiones, gozan de un elemento en común: lo indispensable para su producción hay que importarlo. El producto terminado no llega del extranjero. Sin embargo, la materia prima y tecnologías necesarias e indispensables tienen que venir de fuera. Y para comprarlas se necesitan divisas, dólares americanos. No obstante, se han hecho intentos, sobre todo en tiempos de crisis, de disminuir las importaciones de materias primas en algunos productos. Sin embargo, el volumen y cualidades necesarias es imposible de conseguirse y producirse en nuestro territorio.
No hay que ser muy doto para descubrir que el soplo de vida, teorías económicas señaladas arriba, que dio aliento a las leyes económicas creadas a partir del 1966 en República Dominicana, no fue interpretado en su esencia: crear las bases de una independencia económica y un progreso autosuficiente generador de mejor educación, salud, empleos, viviendas, alimentación. No obstante, se han logrado resultados positivos que han apaleado algunas necesidades del crecimiento demográfico.
Ante esta situación, surgen un sin número de cuestionamientos. Cuestionamientos que provocan comezón en la nariz, en un abrir y cerrar de ojos, y hasta reírse de uno mismo. Y cuando se calma el ventarrón de frustración e impotencia que brota en nuestro interior frente a este panorama, se oye una voz que, entre sarcástica risa, rayando entre lo audible y subliminal, preguntar: ¿Sé o no sé…?
El autor es abogado. Reside en La Vega , República Dominicana.
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