Por: Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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A veces uno
quisiera disfrutar de los campos y los valles, de los horizontes claros y de
las fuentes cristalinas, de los senderos con olor a vida y de los surcos del
tiempo que llenan los días de pensamientos, pero el ambiente no es propicio
para los hermosos ensueños. Todo parece estar en crisis, todo menos el comercio
que mata, que destruye vidas, que aniquila. Sin duda, tenemos que proteger mucho más las diversas existencias: la
silvestre, la marina, la humana, la que da cuerpo a la poesía y rubrica el alma
de los amaneceres. Realmente, todos estamos llamados a ponernos al servicio de
lo armónico y a cooperar en la edificación de los días. Tenemos que huir de las
comercializaciones de personas, de los abecedarios adormecedores y
adoctrinadores, de los ambientes que oprimen hasta cortarnos el aliento. Apenas
somos dueños de nuestra propia vida. Hemos de adquirir nuevos hábitos que nos
permitan ser nosotros mismos, aunque entonemos una canción triste,
desgarradora, lo importante es conquistar la libertad que nos mana del corazón
y observar que el amor más grande germina de los latidos más sencillos.
Necesitamos, pues,
reconciliarnos para poder recrearnos de lo que nos rodea. Ha llegado el momento
de tomar una actitud de colaboración con lo auténtico. Anoche me encontré con
un pintor ilustrando sueños. A dos pasos, otro joven, sembraba de miradas
alegres el paseo, enhebrando versos al aire. En ambos está naciente el alma
creativa, la tarea de ser artífice de otros horizontes. Son sembradores de concordia,
y lo hacían no sólo cautivándose ellos mismos, sino también mirando hacia todos
los viandantes con ojos capaces de sacarnos una sonrisa. Si es posible, -me
dice el pintor andante-, debemos hacer reír hasta los adoquines. Uno medita con
el color y otro reflexiona con el sueño de avanzar humanamente. Sin su arte,
todo sería más monótono y aburrido. El ser humano tiene, para saber orientarse
que cultivar el raciocinio, pero también las habilidades. Uno tiene que
conducirse de la mano del entusiasmo, y pensar, que cuando se aviva el
encuentro de sensibilidades, lo armónico brilla luminoso para todos.
Admiro
a las personas creativas. Ellas son realmente el futuro. Cada vez se conoce (y
reconoce) más abiertamente que la creatividad es la clave para la innovación.
Estoy convencido que estas personas tienen un potencial suficiente para ofrecer
soluciones a nuestros problemas. Sin duda, hay que apoyarles. En cualquier
caso, el arte siempre marca diferencia al hablar directamente al corazón de las
gentes. A mi juicio, la sociedad actual tiene necesidad de avivar esta sintonía
artística, porque hay una espiritualidad humana que contribuye cuando menos a
renacer en la hermosura. La belleza es lo que nos mueve (y conmueve) el
espíritu. Estamos ansiosos por soñar un futuro mejor, sin embargo aún no hemos
aprendido a gustar de la vida. Ante los despropósitos, y las mentiras
sembradas, nos quedan las maravillas del cosmos y la actitud de estos artistas
callejeros que nos asombran, y hasta nos entusiasman interpretando paraísos
olvidados, que siguen ahí, esperando una mirada para embellecer almas. No hay nada
más común que la pasión por trascender. Por tanto, mil brindis para estos
artistas errantes o ilusionistas profundos. Sigan regándonos de sueños.
Por
todos los días de verdad bebidos, por las manos hermanadas, por los ojos que
aún sueñan, por tantas ventanas abiertas a la utopía, vale la pena tomar el
timón de la vida de manera responsable, sabiendo que es cuestión humana estar
predispuestos a comprender a toda persona, donándose a todo lo que tiene savia.
En torno a esta esencia está la morada de la paz, sin la cual el mismo hábitat
es un infierno.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
2 de abril de 2014
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