Por: Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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A veces uno
quisiera disfrutar de los campos y los valles, de los horizontes claros y de
las fuentes cristalinas, de los senderos con olor a vida y de los surcos del
tiempo que llenan los días de pensamientos, pero el ambiente no es propicio
para los hermosos ensueños. Todo parece estar en crisis, todo menos el comercio
que mata, que destruye vidas, que aniquila. Sin duda, tenemos que proteger mucho más las diversas existencias: la
silvestre, la marina, la humana, la que da cuerpo a la poesía y rubrica el alma
de los amaneceres. Realmente, todos estamos llamados a ponernos al servicio de
lo armónico y a cooperar en la edificación de los días. Tenemos que huir de las
comercializaciones de personas, de los abecedarios adormecedores y
adoctrinadores, de los ambientes que oprimen hasta cortarnos el aliento. Apenas
somos dueños de nuestra propia vida. Hemos de adquirir nuevos hábitos que nos
permitan ser nosotros mismos, aunque entonemos una canción triste,
desgarradora, lo importante es conquistar la libertad que nos mana del corazón
y observar que el amor más grande germina de los latidos más sencillos.